Una llama recorre el continente, agita el espíritu de la juventud, derriba los pilares del oscurantismo académico. Se transforma en un faro. Irradia su luz sin tiempo. Se expande desde las aulas a la calle y retorna a ellas. Ya no es la misma, regresa fortalecida por el calor de los obreros, de los inmigrantes, de los hijos e hijas de los excluidos. Ahora es de todos, de todos los hombres y mujeres que luchan contra los privilegios de una élite que ha decidido por ellos su presente y su futuro. Es el refugio de aquellos que se enfrentan al sistema anacrónico que expulsaba de los claustros a la ciencia. También es tempestad que arremete contra los mediocres que desprecian sus conquistas.

Los gobiernos autoritarios tratan de domarla y cercenarla. Cada página triste de nuestra historia fue redacta con violencia por los golpes de Estado que sacudieron a la región, prohibiendo su vigencia, pero no su legado. El Grito de Córdoba se escucha en Perú, Cuba, Chile, México, Uruguay, Bolivia, Brasil, Colombia, Paraguay, Venezuela, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras, República Dominicana, atraviesa el Océano y se hizo carne en el Mayo Francés.

La Reforma Universitaria de 1918 no pertenece ya a una generación, los principios siguen vigentes en cada uno de los pueblos libres y en quienes aún luchan por su libertad. La juventud reformista del centenario comprendemos que no somos propietarios de este ideario, debemos fortalecerlo y defenderlo, incluso de quienes dicen ser sus herederos.

Alzaremos nuestra voz con valor y vigor. Aspiramos a incorporar a toda la juventud, incluso a quienes aceptan la realidad sin cuestionamiento alguno como simples espectadores, porque en ellos hay desplegar también el pensamiento crítico y la democracia, pilares inmateriales de aquella gesta que cumple cien años.

No recitaremos los principios de la reforma, como lo hacen los fanáticos frente a un altar, ni abrazaremos los estatutos legados sin interpelar nuestro presente. De contentarnos con ello la reforma habrá fracasado. Y nosotros con ella.
Nuestra América se conmueve y condena la criminalización y estigmatización de la lucha, las masacres producto de las huelgas y protestas como también la persecución y asesinato de estudiantes comprometidos con la causa de los pueblos.

La reforma del 18 permitió el acceso de una gran mayoría a la universidad transformando la idea de la educación basada en la enseñanza de la teología, hacia una enseñanza comprometida con las problemáticas sociales.

Décadas después, la exclusión en el acceso a la educación superior, no se debe a factores religiosos sino a problemáticas políticas y socioeconómicas. La fuerte deserción en la escuela media, la brecha entre los distintos niveles académicos ha generado que muchos no alcancen su título universitario. El ingreso directo y la gratuidad de los estudios, aunque resulta fundamental para garantizar el derecho, no son suficientes para lograr la permanencia y graduación en contextos de profundas desigualdades sociales.

Para una transformación real de la educación es imprescindible que el estudiantado asuma la responsabilidad de un cambio en la estructura sociopolítica, económica y cultural de nuestras sociedades. Sabemos que los mayores desarrollos han venido de la mano de las transformaciones educativas, de su fortalecimiento y de la vinculación del mundo productivo y su interacción con la ciencia.

Condenamos el neoliberalismo que continúa presente en el continente y que es evidencia de la profundización de un modelo capitalista; se ha agudizado el deterioro del entramado social, como también se han degradado las condiciones socioeconómicas y el poder adquisitivo de los pueblos, juntamente con una gran segregación y marginalidad social. Se han estratificado las posibilidades de continuar la tarea formativa de cada ciudadano por igual, que con un marcado deterioro social condujo a un cambio en las funciones de las escuelas medias, que pasa de impartir enseñanza a constituirse en espacio de contención social, relegando su función formativa.

La Universidad es un espacio para el desarrollo del conocimiento de vanguardia y el florecimiento de la conciencia más clara de una época como instrumentos para la formación de seres humanos libres; una institución constituida a partir del compromiso de promover acciones dirigidas a la solución de los problemas más sentidos de la sociedad, expresando su compromiso social y conectando la vida de las personas, ciudades y regiones.

La ciencia y el desarrollo de la investigación, como un proyecto de soberanía nacional, contribuye a la ampliación del conocimiento de las personas sobre el mundo y sobre sí mismos es una herramienta fundamental para la dignificación humana. La búsqueda del conocimiento debe ser ante todo una experiencia de emancipación humana, y la capacidad crítica debe estar presente en la formación.

No puede considerarse realmente de calidad la educación superior de un país que acepta dejar afuera a la mayoría de la población y no apunta a ofrecerle condiciones dignas de acceso. La calidad incluye a la ética y la conciencia social y es claro que cuando el acceso a la educación superior se limita, ella tiene características que la asemejan a un bien de mercado y no a un derecho universal.

Frente a esta realidad socio-académica las instituciones educativas del continente deben retomar el camino de reconstruir el sistema educativo. Estos deben trazar redes para la democratización de conocimientos entre los diferentes estratos de la sociedad. Así como garantizar las condiciones de permanencia y bienestar estudiantil.

El ahogo presupuestario que enfrenta hace décadas nuestras universidades relega a la misma a pujar por su propia subsistencia más que hacia la conformación de un espacio donde exista colaboración y cohesión interna; la articulación con el Estado pasó a ser un estadio únicamente de control y direccionamiento, con base a recortes presupuestarios, calificaciones mediante organismos externos y negociaciones de las autoridades de cada universidad con los estados nacionales. Condenamos el lucro en la Educación Superior al tiempo que exigimos plena financiación por parte de los Estados que garantice el derecho de los pueblos a educarse.

Tenemos que avanzar en consensos básicos e imprescindibles, incorporar la gratuidad de la enseñanza de grado y posgrado, participación decisiva del estudiantado en los órganos de cogobierno, la autonomía universitaria, la importancia tanto de la Investigación, la Extensión y la formación de profesionales en la Universidad, garantizando la transversalidad de las funciones sustantivas de nuestras casas de estudio. Así también grandes puntos de encuentro en lo referente al fortalecimiento del Rol Social de las Universidades y la vinculación no solo con los estados, sino también con el desarrollo de las ciencias, las tecnologías y la innovación.

Es imperioso reafirmar la participación del sujeto universitario en la solución de los problemas tecnológicos, políticos, sociales y económicos, divulgando de forma permanente las ciencias en los sectores excluidos de la enseñanza superior para democratizar el saber y el conocimiento.

Pensamos como Gabriel Del Mazo: “el afán de proyectar la labor universitaria en el seno de la colectividad, que fue uno de los enunciados básicos de la reforma, dio origen a una nueva función para la universidad latinoamericana, la Función Social, esto es, el propósito de poner el saber universitario al servicio de la sociedad y de hacer de sus problemas temas fundamentales de su preocupación. Precisamente, esta nueva función, que va más allá de las funciones clásicas atribuidas a la universidad, representa para varios teóricos de la universidad Latinoamericana la que más contribuye a tipificarla y a distinguirla de sus congéneres de otras regiones del mundo”

En la actualidad, el conocimiento es una función sustantiva de la universidad, esto resignifica la misión social de las casas de altos estudios. Es necesaria una mayor institucionalización académica de la extensión universitaria ligada a la teoría y a la práctica, de forma transversal a los planes de estudios de cada una de las carreras. La docencia y la investigación deben estar integradas con esta concepción extensionista, contribuyendo a la formación de seres humanos libres y comprometidos con la trasformación social.

Es indispensable defender el rol de la universidad en promover la vida digna de la comunidad. Pretendemos una verdadera articulación del sistema de educación superior con el nivel inicial, medio, grado y posgrado. Junto al sistema científico, tecnológico y productivo, los estados locales, regionales, nacionales y su articulación con la integración latinoamericana.

El movimiento estudiantil debe tener, como uno de sus objetivos primordiales, generar un reposicionamiento de los actores internos y externos del sistema universitario, para fortalecer y retomar su rol aglutinador, construyendo desde las distintas visiones políticas que integran la central gremial, la agenda que los nuevos tiempos demandan.

Los estudiantes universitarios hacemos nuestra también la lucha del indígena, mujeres, obreros, excluidos, de toda la sociedad. Nos hacemos parte de la lucha contra las estructuras patriarcales.

No podemos ser ajenos a la defensa de nuestros bienes naturales y medioambientales, ante la tala indiscriminada de árboles y los desmontes sin estudios previos de impacto ambiental, salvando así la destrucción del hábitat de especies animales y vegetales, y también evitando inundaciones en diferentes poblados afectados por estas prácticas, los bienes naturales serán motivos de conflicto entre naciones. Es de vital importancia la protección de nuestros glaciares y del ambiente periglaciar ya que se constituyen en reservas de nuestros recursos hídricos, para la protección de la biodiversidad y como fuente de información científica.

Exigimos el respeto a la soberanía de nuestros países, a la naturaleza. Condenamos la presencia de transnacionales en la región y apostamos por un desarrollo sostenible mayor. Y señalamos el control en las actividades mineras e hidrocarburiferas exigiendo la regulación de la explotación del suelo y mayores estudios del impacto ambiental que producen las mismas, obligando a las empresas explotadoras a realizar las inversiones necesarias para evitar la contaminación del agua y de las zonas afectadas por dichas actividades. Realizando también una correcta distribución de las utilidades de esas explotaciones.

Quienes abrazamos la defensa de los derechos humanos, no podemos aceptar ningún tipo de discriminación a los colectivos LGBT, a los movimientos que pugnan por la igualdad de género, construyendo desde las cátedras, desde los laboratorios, desde los espacios de representación gremial, fomentando espacios de estudio y debate, movilizados.

Las y los hijos de la reforma no podemos ser observadores neutros de problemáticas que desagarran a la sociedad.

La lucha por la igualdad de nuestras compañeras nos hermana en todo el mundo, es también nuestra lucha. Es clave dar estas discusiones, dejando de lado los dogmas religiosos que suelen esconderse detrás de argumentos anacrónicos. Es hora de transformar esta conquista en un nuevo derecho. Para generar una sociedad más justa e igualitaria.

Estos conflictos aún en pugna nos llevan a afirmar que, a cien años de su proclama está inconclusa en muchas de nuestras Casas de Altos Estudios. No se puede hablar de una Universidad heredera de la Reforma si tan siquiera uno de sus postulados no se cumple en plenitud. Por esto, no pretendemos caer en la burda demagogia de reescribir la Reforma, sino redoblar nuestros esfuerzos en comprenderla, interpretarla y ponerla en práctica con el ejercicio diario de la democracia y el compromiso social. Ratificando que la educación superior es un bien público social, derecho humano universal y el estado debe garantizarlo.

La Reforma Universitaria es ante todo una profunda reforma cultural de nuestras sociedades. No es posible la Reforma sin el arte y la cultura como pilares fundamentales de las transformaciones que demandan nuestras Casa de Estudios. La humanidad reclama más arte y menos guerras.

Estudiantes latinoamericanos y caribeños, asumamos un rol activo en las transformaciones sociales, levantemos la bandera de la justicia y la dignidad. Nuestra centenaria causa continua vigente, porque los dolores permanecen allí, algunos imperceptibles, otros escandalosamente visibles, podrán disfrazarse con nombres nuevos, perduran desde el origen de los tiempos. No vamos a transigir, la Reforma Universitaria es nuestro programa, es nuestro camino, es el faro que nos guía con su luz, en la eterna noche oscura, para conquistar las libertades que nos faltan.